Memorias de un Viaje Fantástico - Parte 2 
PARTE II
El viaje a Iguazú vía El Soberbio y San Pedro.
Parque Nacional Iguazú: las Cataratas, el Sendero Macuco y Güirá Ogá - "La Casa de las Aves". La vuelta.

Accesos Rápidos:

Miércoles 28

 Es la última mañana en Moconá. Aún está casi oscuro pero ya tenemos una nueva especie. Se anunció con su repetido, sonoro y enfático “Chiów”: era el grito de un Halcón Montés Chico, única rapaz selvática de este safari que el grupo pudo observar bien, posado en un árbol, a corta distancia. Recuerdo luego la caminata hasta la cascada próxima al camping. Y recuerdo cuando el guía nos señaló la voz del muy raro Batará Gigante. Lamentablemente no hubo tiempo para atraerlo con las grabaciones de audio desde su distante escondite. En una hora debíamos estar todos en el micro, rumbo a San Pedro.

Bajamos la carpa y enrollamos las bolsas de dormir. Toda la infraestructura campamentista fue nuevamente cargada al camión, mientras que los viajantes subimos al colectivo para comenzamos lo que sería una larga jornada de viaje. Debido al mal tiempo de la víspera, se había decidido un cambio de ruta. El retorno sería vía El Soberbio, una localidad ubicada sobre el margen del Río Uruguay, aguas abajo de Moconá. A medida que nos acercábamos, empezamos a ver extensiones de cultivos, donde la selva, que una vez había crecido allí, había dejado de existir para siempre. Los lugareños cultivan un pasto, llamado citronella, que se utiliza para elaborar esencias que perfuman todo tipo de productos de uso doméstico: desinfectantes de baño, espirales contra mosquitos, etc. Sumado a esto, vimos numerosos aserraderos donde pudimos constatar camiones cargados con troncos de arboles nativos. Y también extensas áreas de plantaciones de pino. ¿Qué podemos hacer para frenar ese paulatino avance de la frontera colonizadora?

Una breve siesta en el micro no fue suficiente para recuperar el desfasaje causado por los extenuantes días en Moconá. Pero ya nos acercábamos a San Pedro, para visitar uno de los últimos relictos que queda de Pino Paraná, es decir, los sorprendentes Araucarias. Aterra pensar que ese magro y ralo bosque, o mejor dicho, ese abierto descampado salpicado aquí y allá de algunos ejemplares, es todo lo que queda de esta variedad selvática de Araucarias en la Argentina. [Ver Nota de Incendio en La Nación]. Pero era suficiente para albergar las dos especies de aves que fuimos especialmente a buscar ahí: el Coludito de los Pinos, y el Loro Vinoso, que se halla en muy serio peligro de extinción. Recorriendo el parque durante un par de horas, tuvimos la suerte de observar a ambas especies. Aprendimos que estas aves se encuentran allí por que sus vidas dependen de estos árboles.

Pronto cayó la noche, y comenzamos el tramo que faltaba. Destino: Iguazú
Llegamos al camping “Americano”, cerca de Puerto Iguazú, pasadas las 11 de la noche. Todos a trabajar, bajando carpas, comida y valijas. Facundo a cocinar. Los demás a poner su carpa. Determiné el mejor lugar, si bien presentaba un leve declive. Pero subestimé el grado de inclinación. Como ubiqué la cabeza de la carpa en la zona más alta, Nicolás y yo pasamos esa noche ascendiendo, una y otra vez, la misma cuesta para así poder mantener nuestras piernas extendidas. Aún así, en dos de las 3 noches, Nicolás se despertó con frío, con sus piernas asomando por fuera de la carpa hasta pasando las rodillas. Hasta hoy no hemos podido resolver cual ha sido el enigmático artificio sonámbulo que utilizó para terminar en esa posición.

 Jueves 29 

Cataratas. Fue un día dedicado al turismo escénico. Igualmente pudimos agregar varias especies de aves, pero la belleza y formidable fuerza de las aguas capturó casi toda nuestra atención. En la visita a la Isla San Martín pude hacer mi primer acuarela del viaje y vimos de manera espectacular a la Saira Arcoiris, con sus colores iridiscentes. Nuestros guías se apostaron con sus telescopios en las pasarelas próximas al salto Bosetti, donde ya había bastante público, y gracias a este instrumento óptico pudimos observar los increíbles Vencejos de Cascada que se zambullen debajo del torrente para llegar a sus nidos. Inclusive invitamos a los demás turistas a mirar por el costoso dispositivo óptico, oportunidad por la que seguramente estaban dispuestos a recompensar con una saludable propina, ciertamente rechazada, y que produjo simpáticas sonrisas.
Por la tarde el micro nos llevó a Puerto Canoas, y tras tomar la lancha hasta la Garganta del Diablo, nos acercamos hasta quedar a metros nomás del lugar más violento de la provincia. Mucha gente vino, miró y se fue. Para muchos de esos turistas, esta visita era el único motivo que tanto los había alejado de sus casas - quizás desde otra provincia, otro país, o incluso de un hogar a dos continentes de distancia.
Reflexioné qué tan diferente era nuestro caso. En la pasarela había algunas mariposas fantásticas. Volando bajo sobre el agua del Iguazú Superior había dos especies de Golondrinas que yo nunca había visto antes, y que no se presentan en otro lugar del país. Había dos Cardenillas, con sus cabecitas de color carmín claramente visibles sin binoculares. Había Jotes y Biguás, y dos tipos de garza, una de las cuales hizo una espléndida pasada planeando muy cerca de la pasarela. Pero, más allá del puñado de observadores de la naturaleza que conformaba el safari de Aves Argentinas, eran muy pocos los que notaban todo esto. ¡Cuanto más aprovechamos este lugar! Las cataratas fueron verdaderamente fantásticas, pero cuanto más fantástico ha sido tener otra inquietud a la cual recurrir una vez que el rugido de las aguas se había distanciado.

Luego recorrimos con mi familia un camino de tierra colorada, donde observamos una enorme mariposa "Morpho", y donde mis hijas encontraron lo que para nosotros era una gigantesca hormiga, muerta. Haciendo el trayecto de vuelta, Carolina detectó la presencia de dos o tres monos Caí, que observamos dificultosamente entre las ramas. Era la primera vez que estaba ante primates libres en su hábitat natural, lo cual me conmovió. A partir de Darwin, estos son nuestros primos, pero, al ir destruyendo su hábitat, ¡que difícil le estamos haciendo las cosas! Parece que mientras más lejos nos mantenemos, mejor será para ellos.
Luego, retornamos al camping.

En el medio de esa noche oí las voces de dos lechuzas Alilicucu Común. Si bien no desperté a mi hijo, era para mi un momento significativo, por que al oír esas voces estaba amortizando el esfuerzo que significaba acampar, en lugar de dormir cómodamente en una cama. Además de ser más costoso, al dormir en la habitación uno no tiene la posibilidad de escuchar los sonidos nocturnos. No obstante hecho el planteo a mi mujer de este convincente argumento antes del viaje, pudo demostrarme que este razonamiento no era del todo correcto: si hubiésemos dormido todos en carpa, nos habría faltado la interesante oportunidad de conocer una pequeña rana que habitaba el inodoro del bungalow!

 Viernes 30 

El objetivo del día era recorrer el sendero Macuco. El mal tiempo amenazaba, pero felizmente se compuso. El grupo se fragmentó, y recorrimos, cada uno a su ritmo, los 3 o 4 km de sendero, donde encontramos una amplia variedad de aves nuevas. Por suerte no hubo otros turistas, ya que se hubieran alarmado de ver a tanta gente haciendo chasquidos con los dedos, a manera de castañuelas. Según aprendí ahí, es la manera de invocar al Bailarín Blanco, una pequeña especie que pocos del grupo habían visto, y que, a toda costa, ese día tenía que aparecer. Al fondo del sendero principal llegamos a un fabuloso mirador, y bajamos por una picada con la vegetación más hermosa y variada que haya visto jamás. Luego llegamos a orillas del Iguazú Inferior, donde comimos nuestros sandwiches y donde pude pintar otra acuarela.
La vuelta fue similar, pero sin chasquidos, y con algún avistaje más. Luego, en los saltos, recorrimos con mi familia la parte superior de las pasarelas que no habíamos alcanzado a efectuar el día anterior.

Esa era la última noche del safari. La comida fue un delicioso pollo al carbón, y luego hubo una guitarreada utilizando un sonoro instrumento gentilmente cedido por la señora de Juan Carlos Chébez. El excelente instrumentista y cantor, cuyo nombre no recuerdo, tocó muchas hermosas y delicadas canciones folklóricas, acompañado a dúo por Caro, quien con su bella y afinada voz nos dejó asombrados de tan insospechado don.

Sábado 31 

Y empezó temprano el último día, con el monocorde silbar de una lechucita Caburé Chico. Por primera y única vez en este viaje se trataba de un ejemplar auténtico, lo cual quedó comprobado al verlo a Germán muy ocupado con su desayuno.
La actividad del día sería visitar a Güirá Ogá - "la casa de las aves" en Guaraní, ubicada muy cerca del camping. Otros del grupo habían optado por otro destino: cruzarían la frontera a Brasil.

Cruzamos la ruta, y pronto nos encontrábamos en Güirá Ogá. Este lote de selva de 22 ha es donde vive Jorge Anfuso con su familia, volcados a la recuperación de aves heridas y, en un futuro, a encarar la cría de especies en peligro de extinción, en especial las aves rapaces. Jorge tiene experiencia en el tema, habiendo dedicado parte de su vida a volar halcones en los aeropuertos, con la finalidad de dispersar las bandadas de pájaros que constituyen una amenaza a los aviones durante el despegue.

Durante la primera hora nos internamos por un difícil sendero de la selva. Tan lento era el avance entre las cañas de Tacuarembó que finalmente decidimos volver. El denso follaje dificultaba la observación de aves. Pero, apenas comenzada la vuelta, el fino oído de nuestro guía detectó la presencia del Yeruvá. Comenzó entonces una prolongada sesión de grabación y reproducción, que se coronó con el avistaje cercano de una pareja de esta hermosísima y rara especie. Con la finalidad de realizar rápidamente una acuarela de esta especie, me adelanté al grupo. Tras terminar el cuadro, no encontré a la comitiva, pero me crucé con Enrique, poseedor de un gran conocimiento y experiencia. Nos apostamos al costado de un lindísimo arroyo mientras oímos las voces de muchas aves, invisibles por la tupida vegetación. Los sonoros gritos de los carpinteros se confirmaban por el maquetreo de sus picos contra los troncos y ramas. Intenté sin éxito atraerlos golpeando una caña con un palo. También había dos rapaces, un Taguató y un Halcón Montés Chico, solamente detectables por su voz, pero muy próximos a nuestro paradero, quienes mantenían un duelo telefónico para resolver un conflicto de potestad por ese sector de selva. En el arroyo, los colores y reflexiones en el agua eran muy hermosas. La luz del sol atravesaba la vegetación de cañas y producía curiosas manchas de sombra marrón y verde oliva en el soleado ocre. Finalmente fuimos recompensados con la llegada de un Arañero Ribereño, que parecía utilizar el arroyo como autopista para sus excursiones, recorriendo inquietamente los márgenes mientras emitía continuamente su agudo “chip”. Vimos dos, o tal vez tres, a muy corta distancia, gracias a la inmovilidad de sus fascinados espectadores.

El objetivo de Güirá Ogá es rescatar aves en peligro de extinción. Muchas de estas especies se pueden encontrar hoy en hogares de la zona, confinadas a jaulas desde donde cumplen el entretenido rol de mascota. Desde su soledad no tienen posibilidad de reproducirse y continuar la especie, y muchos dueños no saben del valor biológico que allí retienen. Una de las actividades de Jorge es recorrer las casas en donde ha oído de la existencia de ejemplares de especies amenazadas de extinción. Esta tarea, como otras que realiza, le insume tiempo y esfuerzo. Quice dejar una pequeña ofrenda a la persona que había volcado toda su energía y entusiasmo a llevar adelante tan encomiable tarea, y pensé en pintar una acuarela de alguna parte del lugar. Si salía bien, se la regalaría. Como motivo elegí  el “Eco-shop”, un rústico ranchito con techo de paja que parece surgir de la selva, en donde se venden libros, remeras y artesanías sobre flora y fauna misionera.

La hija de Anfuso me ayudó a instalarme, y empecé. Me cautivó la paz del lugar, y el silencio de la selva, solo interrumpido por el escalofriante y repetido “ping” de un Pájaro Campana, una rareza, que Jorge había recuperado, y que estaba aún enjaulado. Avancé bien con el cuadro, pero pronto mi tranquilidad fue interrumpida por un extraño visitante: Totó. Es éste un Mono Carayá, que fue decomisado de algún contrabando, y puesto en manos de Jorge. Junto a su similar amiguito menor, Totó anda por todas las instalaciones creyendose dueño. Y parece que yo era parte de las instalaciones. Cuando vio mi tarrito de agua, vino a tomar de ahí. Era agua donde yo enjuagaba el pincel y tuve que impedir que la tome por que seguramente es algo tóxico. Luego saltó a mis faldas - donde estaba apoyado mi block - y manchó el papel del cuadro con la tierra roja. Tuve que poner la jarra en el piso y levantar el block de papel en el aire. Luego atacó mi tableta de pinturas, que tuve que levantar con la otra mano. Ya parecía Cristo en la cruz. Luego vino su amiguito y tuve que poner mi pié sobre el jarrón para que no tome. Luego se colgó del trapo que pendía de una de mis manos extendidas. Finalmente abandoné mi silla y corrí al Eco-Shop con mis cosas. Me siguieron. Abandoné el cuadro como estaba y se lo regalé espontáneamente a Jorge, que justo pasaba por el lugar. Algún día me encantaría ver cómo salió!

Volví al camping. Me enteré que el resto del grupo, junto a Nicolás, había partido a Puerto Iguazú para visitar el "Jardín de Picaflores", una casa de familia en el pueblo cuyo jardín es muy visitado por numerosas especies de picaflores. ¿Por qué se congregaban ahí? Por la presencia de "comederos" con néctar artificial. En este safari habíamos visto hasta ahora solo tres especies de picaflor, así que esto era una oportunidad más que interesante. Por suerte Nicolás pudo observar varias especies inusuales y hermosas, revoloteando a muy corta distancia. Volvió encantado de tan curioso espectáculo.

Ese día mi hija menor se sentía muy enferma, con una fuerte descompostura. Se había quedado adentro toda la mañana, acompañada por mi esposa y mi otra hija. La menor estaba en la cama toda tapada, inmóvil. No tenía buen aspecto. Era una pena y lamenté que la nena no podría venir a Güirá Ogá esa tarde. Para no molestarla, conté a mi esposa en voz muy baja las aventuras de la mañana. Que vimos el Yeruvá y el Arañero Ribereño, que pinté un cuadro... y que un mono se me había saltado encima... Ni bién dije eso, mi hija resucitó de entre las sábanas y se sentó brúscamente en la cama, y, con cara de halcón miró fijamente unos instantes, y luego dijo, en el tono más severo y autoritario que conozco: “¡Yo voy a ir!”.

Así es cómo, por última vez en este safari, los cinco salimos del camping para visitar Güirá Ogá. Por su puesto mis chicos tuvieron la esperada oportunidad de conocer a Totó. Jorge nos mostró los animales que tiene en cautiverio, incluyendo algunos cedidos por un instituto que aparentemente cerró sus puertas. Ahí vimos en cautiverio diversos loros casi extintos y fabulosas rapaces selváticas, cuya observación en el medio natural es muy inusual: un Aguila Crestuda Negra, una Crestuda Real y un Aguila Viuda. La mayoría de estos rarísimos animales fueron tratados para salvarlos de serias heridas infligidas por chacareros, intentando proteger a sus gallinas al ser atacadas. Jorge nos contó de las dificultades que deben ser superadas antes que una de estas aves se encuentre lista para ser re-introducida, es decir, liberada. En cada recinto Jorge tenía una interesante historia que contar, y así se acercaba el fin del día.

De repente noté que el sol estaba muy bajo. Poco tiempo quedaba ya para disfrutar la verde maraña de la selva. En pocos minutos más ya no podría advertir el color rojo del camino. ¡Había llegado el momento de comenzar a despedirme de Misiones! Entonces pasó una de esas curiosidades. Subiendo el tronco de uno de los tantos arboles que bordeaba el estacionamiento apareció el gran Trepador Garganta Blanca. Lo conocía bien, por ser la primera especie que había visto en Misiones, hace casi 7 días, al llegar a Salto Encantado. Era como si nuestro primer amigo alado hubiera volado hasta Iguazú especialmente para despedirnos. Y así fue también la última especie que vimos.

Se hizo la noche, y ya estábamos cómodamente instalados en el micro, volviendo a casa.

Domingo 1 

Siempre viajando en el micro, y tras la larga y semi-cómoda noche pasada en el asiento, había tenido tiempo para digerir la difícil noción que el viaje llegaba a su fin. Pero, tras una parada para desayunar, Nicolás y yo aguardábamos un momento emocionante del safari: la confección de la “lista oficial” de aves. Nuestro guía, micrófono en mano, anunciaría todas las aves que fueron vistas. Desde luego, era un evento participativo, y todos podíamos aportar alguna especie vista, pero solo si había certeza en la correcta identificación. Nicolás y yo teníamos una especie bajo la manga, y confiábamos que ningún otro la tendría registrada. Llegó el momento de anunciarla, pero como el Bingo, otro cantó primero, y perdimos la oportunidad de brillar con nuestro aporte.

Así, en total, la lista oficial contenía 203 especies de aves. En nuestro caso, Nicolás y yo sumamos casi 140, de las cuales 96 fueron nuevas. Será probablemente la primera y última vez que, en una salida, junte tantas especies nuevas de aves autóctonas argentinas.

Y cómo dicen, queda comprobado que 100 ojos ven más que 4.

Nuestra lista de aves se adjunta en el Apéndice 1.
 

FIN PARTE II

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