Un Fin de Semana en los Esteros de Iberá
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Esta nota trata sobre un viaje interesante a la Estancia "San Juan de Poriahú", ubicada en el norte de la provincia de Corrientes. Este "safari" fue organizado por Ricardo Camiñas y Marina Vera, y lo disfrutamos un grupo de 23 entusiastas. Todo transcurrió entre la tarde del Viernes 17 y el Lunes 20 de Marzo de 2000.

San Isidro. Viernes a la tarde. Aún caluroso. Pero la intensa emoción del viaje que estaba por comenzar provocaba igualmente algún escalofrío: ¿Cómo será el lugar? Esa, y mil preguntas más, estimulaba a la comitiva, mientras esperábamos, al pié de nuestro mini-bus, que se complete el séquito. Mientras tanto, aprovechamos para recibir la bendición de Willy Byant, uno de los guardaparques de Ribera Norte, quién se acercó para despedir al grupo. Tambien vino para atestiguar el nacimiento de un promisorio proyecto que hoy daba sus primeros pasos concretos: la asociación de Ricardo y Marina para organizar safaris naturalistas.

Pronto arrancó el motor del Micro, y en 4 segundos más todos habíamos subido al micro y estábamos sentados. Empezó el viaje. La hora: casi las 20.

En mi caso viajaba con mi hijo Nicolás. Ambos queríamos ver carpinchos y conocer los esteros. Todo lo demás era de yapa: la posibilidad de ver Ciervos de los Pantanos, o ese cánido que los lugareños denominan Aguará Guazú, y la alta probabilidad de avistar aves nuevas.

El camino sería cruzando el Río Paraná en Zárate, bordear el Río Uruguay, luego cruzar la provincia de Corrientes en diagonal hacia el noroeste hasta llegar casi al Río Paraná, y luego continuar, pero ahora hacia el noreste, en dirección a Ituzaingó hasta llegar a la Estancia. En total algo saí como 1.100 Km.

Uno de los problemas del camino eran los grandes incendios que azotaban el trayecto entre los puentes de Zárate y Brazo Largo. Fuimos testigos del intenso humo y vimos las cuadrillas de bomberos. En partes el humo estaba enrojecido por las llamas que adrían detrás.

Cada 3 horas nos detuvimos en una estación de servicio. En la primer parada, casi a medianoche, cenamos. En la segunda, a las 3 de la mañana en Curuzú Cuatiá, pudimos observar, nuestra primera especie nueva de ave: el ágil aleteo de dos o tres atajacaminos Ñacundá. Cazaban insectos revoloteando alrededor del iluminado monumento de entrada el pueblo. El pecho blanco los hacían fáciles de ubicar, y con la ayuda de los binoculares pudimos ver las dos bandas negras en el ala.

La luna casi llena y el cielo despejado nos acompañaron durante toda la noche. Supongo que debo atribuir el insomnio a la emoción del viaje, por que sueño no me faltaba, así que pasé mucho tiempo observando por la ventana. Ya había visto pasar el Palmar de Colón, y ahora en Corrientes la penumbra permitía distinguir las sombras que formaban los bosques, y los reflejos claros en las lagunas.

Finalmente me dormí, pero ya estaba por amanecer, y pronto estábamos con binocular en mano, atentos a la aparición de las primeras aves matinales. Cuando llegamos a la Estancia, ya habíamos visto un buen surtido de especies: Caracoleros, Caranchos, varios Martín Pescador Grande, y hasta el increíble colorido de una Espátula Rosada.

Eran casi las 9 de la mañana cuando salimos de la ruta asfaltada para acceder al casco de San Juan de Poriahú. Ubicado en la cima de una amplia loma, advertimos las importantes instalaciones: casas, galpones, y hasta usina propia. Pero lo que más asombraba fue la variedad y tamaño de los arboles dispersos entre los diferentes edificios, que nos brindaban su más deliciosa sombra, resguardándonos de los rayos solares matinales que anunciaban ya un día caluroso.

En efecto, luego de ocupar las habitaciones, lo primero que hicimos con Marcos, dueño del lugar, era una recorrida por el casco para apreciar sus arboles. El gran conocimiento de Marcos de las diversas especies era evidente. Tal árbol de crecimiento lento: ¡80 años! Tal otro de crecimiento rápido: apenas 6 años y ya superaba al primero. Tal otro muy codiciado por su madera, casi no queda. Otro, cuya madera es de muy alto valor, debería ya ser cultivado en la Provincia.

Pronto nos enfilamos a la laguna y vimos nuestro primer Yacaré Negro, que se había acercado a la costa para darnos la bienvenida. Marcos explicó como este ejemplar (llamado Pancho) había sido cuidado durante meses en una bañadera, recuperándose de machetazos que había recibido por tomar la carnada de un anzuelo de pesca. Allí, parados al borde del agua y casi en semicírculo a un par de metros de Pancho, sacamos muchas fotos. Recuerdo como nos asustamos cada vez que Pancho se movía. ¿Será que nos imaginábamos como podría mandarse una carrera repentina y volver a su lugar con una pierna humana entre sus poderosas mandíbulas?

Seguimos bordeando la laguna. Allí, entre los pajonales, descubrí mi primera Lavandera, un encantador pajarito todo negro y de cabecita blanca. Armado con botas de goma me interné varios metros en el lago para intentar fotografiarlo, y para poner a prueba un nuevo accesorio fotográfico que duplicaba el poder telescópico de la lente. La focalización en el pequeño objetivo que se escondía entre los juncos me hizo olvidar de mi entorno. Solo sabía que el nivel del agua estaba apenas un centímetro debajo del borde superior de mis botas, así que debía desplazarme sin hacer movimientos bruscos. Pero por lo demás, estaba concentrado telescópicamente en fotografiar ese pajarito. Saqué 2 fotos, pero la tercera se perdió a causa del bajo nivel de la batería. Habría sido a causa de esa frustración que bajé la cámara. Noté entonces que a 3 o 4 metros el agua se movía suavemente: ¡era Pancho que enfilaba directamente hacia mi posición! Pude llegar a la orilla sin problemas, es decir, sin perder una pierna, pero me mojé un poco las medias, y mejor no hablar de los pantalones...

Y ese bajo nivel de batería frustró muchas otras fotos en este viaje. Tendré que ir de vuelta a Iberá...

En el recorrido de vuelta al casco pasamos otra laguna llena de vegetación, donde vimos nuestro primer carpincho, y de donde se voló un Aguilucho Pampa. Luego atravesamos campos de pastos largos habitados por víboras coral, cuyos hábitos nocturnos minimizaban los riesgos de un encontronazo con este peligrosísimo bicho. Luego pasamos bosques cuya base estaba total y absolutamente poceada por las madrigueras de diversas especies de armadillos. También pasamos al lado de altos montículos de tierra roja endurecida como roca: son los nidos de termitas.

Tras un delicioso almuerzo de pollo y carne a la parrilla, acompañado por ensaladas, tuvimos unas horas de descanso. Nos refrescamos un momento en la pileta de natación, tal vez el más curioso baño que me he dado jamás. Es que sobre el árbol que se extendía encima de la piscina estaban posados 2 o 3 Jotes Cabeza Negra. Y la vista desde la pileta no era menos exótica: gracias a la altura de esa lomada se apreciaba bien la extensa zona de pajonales y bañados donde, nos aseguraban, abundaban los ciervos que ansiábamos con ver. Mientras, oíamos los gritos de una familia de Chajás que residía allí, escondidos por la alta vegetación del bañado.

Recompuestos, disfrutamos de un delicioso té, y luego tuvimos que optar entre cabalgata o paseo en bote. Nuestra opción para ese día era el paseo en lancha por una de las lagunas del estero. Fuimos llevados en camioneta hasta los 2 botes. Una vez acomodados, el suave murmullo del motor fuera de borda nos empujó a lo largo de una canal hasta llegar a la laguna. Si bien no vimos gran cantidad de aves, fue notable la belleza del paseo por la abundante vegetación acuática que bordeaba la laguna, que sin duda cautiva por la diversidad. Recuerdo el estado tan natural de las costas, que daban el aspecto de no haber sido tocado nunca por el hombre. No me cabe dudas que es así, ya que Marcos es a la vez un conservacionista de alma, y encabeza la Dirección de Flora y Fauna de la Provincia de Corrientes.

En el camino de vuelta al casco vimos un zorro, inmóvil al costado del camino, y luego se cruzó otro Ñacundá, como el que vimos en Curuzú Cuatiá.
Luego de un delicioso asado, otra vez salimos, esta vez a pie, con la esperanza de ver un Ciervo, pero no tuvimos suerte. Nuestras linternas apuntaban en todas direcciones por sobre la vegetación acuática, pero nada se movió. Para coronar un día emocionante, Marcos nos guió hacia una pequeña laguna. Desde el borde alto veíamos dos puntitos de luz rojiza que reflejaban los haces de nuestras linternas. Eran Yacarés Overos. Nos acercamos al borde barroso del lago, y Marcos se propuso mostrarnos algunas diferencias entre los Overos y sus primos Negros. Pero para eso, tuvo que quitarse las botas de cuero y entrar el barro descalzo. Así, posado con un pié a cada lado de la pequeña cabeza del yacaré que apenas asomaba del barro, Marcos clavó rápidamente sus dedos en el lodo y tomó a la fuertísima bestia por la garganta. Lentamente la levantó del barro, deslizándolo de la oscura masa pastosa.. No era un yacaré adulto, claro, pero era más grande de lo que esperaba Marcos. El animal se quedó muy quieto, mientras la comitiva lo contemplaba en semicírculo, y oíamos las explicaciones de nuestro "Cazador de Cocodrilos". De repente la bestia efectuó unas violentas maniobras, y por un momento parecía que alguno del grupo volvería a Buenos Aires con unos dedos menos. Por suerte no fue así, por que Marcos pudo controlar la situación, pero nos explicó que en caso de accidente no hay manera de abrir la boca del Yacaré, salvo sacrificándolo.

A medianoche nos acostamos, y pude dormir muy bien.

Pero a las 6:30 alguien agitaba mi pié: era Ricardo que me avisaba que había llegado la hora de avistar aves. Salimos con Nicolás  para enfrentar la fresca mañana. Caminamos con el grupo, en estricto silencio, pero no vimos demasiadas aves, ni siquiera en el pajonal.  Cuando el grupo siguió su camino, me quedé en el pajonal, inmóvil. Cargando mis binoculares, y lastrado con mi cámara casi sin batería, esperé y esperé, muy pacientemente, hasta que las aves, que aún no veía, se acostumbren a mi presencia. Seguían sin aparecer. Tal vez necesitaban que la temperatura se recaliente un poco. Pero media hora mas tarde comenzó el movimiento. Una Pollona Negra. Luego un hermosísimo Arañero Cara Negra, de cuerpo amarillo y antifaz negro, llenó la lente de mi cámara, pero nuevamente la pila descargada me jugó otra mala pasada...  Luego dos Pato Cutirí, un Martín Pescador Chico y varios Varilleros Negros. Luego los furnáridos: en un momento había 3 Curutié Colorados en un mismo junco, pero me quedé son poder fotografiarlos. Y finalmente, un ave nueva. Una pareja. Hermosa, de corona negra, y cola con bandas blancas. Al llegar al desayuno anuncié públicamente que había visto mi primer "Chororó", tal el nombre del ave que pensaba haber visto. Pero gracias a la opinión de algunos, y tras efectuar otra consulta a la guía, descubrí me error: en realidad había visto mi primer parea de Angú.

Tras el desayuno, la cabalgata. En el palenque, montones de caballos, la mayoría de ellos "tordillos", nos esperaban ensillados. Uno a uno fueron adjudicados a los jinetes, y salimos a recorrer el campo.

No tuvimos la suerte de encontrar ciervos, pero el paseo fue hermoso. Bordeamos pajonales bosques y lagunas, y en un denso bosque de laureles nos bajamos para recorrerlo a pié. Allí es donde vi mi primera Mosqueta Ojo Dorado, pequeño pajarillo de tonos muy suaves y grises. En total anduvimos casi 3 horas, y tal vez el mayor triunfo de la mañana haya sido que Claudia, que empezó la cabalgata "a remolque", haya perdido completamente su temor de montar, convirtiéndose en una auténtica amazonas...

Tras otro delicioso asadito, con Nicolás nos internamos por sendas entre bosques y pastizales. Observamos una nueva variedad de carpintero, el Carpinterito Común, de apenes 8 cm de tamaño. Comenzaron a aparecer diversos tipos de aves. Entre ellas hubo varias que no llegamos a reconocer. Seguramente algún Burlisto y algún Fiofio. Luego entramos en una gran arboleda habitada por una familia de monos Carayá. Allí arriba, bien altos, observamos la pacífica vida familiar. Los machos de color negro, las hembras marrones, y un joven de tonos mucho aún más claros.

Luego nos dirigimos al pajonal, donde nos mantuvimos cerca del borde. Allí vimos un Ipacaá, y descubrimos dos variedades de aves que no conocíamos: Corbatita Dominó y Capuchino Garganta Café. Vimos un Doradito y un Pico de Plata (hembra). Nos quedamos muy quietos esperando que aparezcan más aves. En eso, se oye un movimiento dentro del pajonal Pensé: ¡Al fin aparece el ciervo, pero... que grande será la decepción de mi hijo cuando se asome una simple vaca! Igualmente nos mantuvimos muy quietos, y cada vez mas esperanzados al sentir cerca las pisadas y movimiento de agua dentro de la vegetación. De repente, a 8 o 10 m de nuestra posición, salió un enorme Carpincho. Se detuvo, y seguramente habrá notado nuestra presencia cuando giramos apenas la cabeza para compartir ese momento. Es que no pude evitar mirar la expresión en el rostro de mi hijo. ¡Hace cuanto que quería ver un Carpincho! Y ahora estábamos cerca de uno que salió del pajonal ex profeso para saludarnos personalmente. Luego siguió su camino, internándose de vuelta en la fangosa vegetación acuática.

Marcos nos había advertido de la presencia de la Cachirla Dorada, una de las aves más raras del país. Vimos alguna Cachirla, pero seguramente de otra especie. ¡Quedará para otro viaje!

Finalmente volvimos al casco. Nos dimos un baño en la pileta (con música de fondo de Chajá), luego una ducha caliente, y  preparamos los bolsos para el viaje. Pronto disfrutamos el último té, sacamos las últimas fotos, y subimos al mini-bus para dejar atrás un hermoso lugar inmerso en la naturaleza.

El viaje de regreso a Buenos Aires transcurrió sin novedad. La única preocupación era la posibilidad de un corte de ruta a causa del humo de los incendios en Zárate, que afortunadamente no se produjo. Pude dormir bien en el micro, y llegamos de vuelta a San Isidro a las 7 de la mañana.

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